Cuando las húngaras me preguntaron qué era esa marca negra en el dedo, me reí. Nos estábamos despidiendo en la puerta de su casa en Sopron, un pueblo del interior de Hungría, después de tres horas de charla. Vera, la mayor, me había contado su historia de vida y yo había tomado apuntes mientras mi mamá traducía.

—No es nada, es tinta —respondí en castellano, esperando a que mi mamá les explicara.

No hizo falta. La palabra tinta se dice igual en varios idiomas. Casualidad: en indonesio y húngaro, dos idiomas que estudié y que no tienen ninguna relación, tinta se dice tinta.

Cada vez que escribo a mano se me forma una mancha de tinta en el dedo anular derecho. Debe ser porque agarro mal la birome y arrastro la mano sobre la hoja en algún ángulo raro, pero se forma siempre ahí, en el mismo lugar. Muchos me preguntan qué me pasó, si me golpée, porque piensan que es un moretón. Pero a mí esa mancha me pone contenta porque quiere decir que estoy escribiendo. Es como un trofeo que solo yo conozco y que me gano siempre, escriba mal o bien. Es el premio por aparecer en la página e intentar lo que sea.