Ya ni me acuerdo cuándo fue que empecé a escribir mis sueños. Supongo que alrededor del 2008, cuando me compré un cuaderno con tapa de los Beatles y decidí usarlo solo para registrar mi mundo onírico. Se ve que estaba soñando mucho y quería poner todos esos fragmentos en un mismo lugar. Fue la época en la que empecé a catalogar mis cuadernos por sus funciones y ese, con su tapa psicodélica, no podía tener otro destino.

En el cuaderno Beatle debo tener escritos unos cien sueños. Cuando me fui de viaje a Asia decidí dejarlo en Buenos Aires y después me arrepentí. Seguí escribiendo mis sueños, pero quedaron desparramados en un montón de libretas y anotadores. Tal vez en algún momento los pase en limpio y los recopile en el cuaderno Beatle, donde tienen que estar.

Mi relación con los sueños tiene sus épocas. Tengo períodos en los que sueño muchísimo y todo es tan vívido que parece real. Tuve varios sueños lúcidos en los que pude controlar  mis acciones. A veces encuentro respuestas en mis sueños, a veces se me ocurren ideas para escribir y a veces recuerdo todo con tanto detalle que me cuesta entender que eso no pasó de verdad. Bah: en realidad pasó, solo que en otro plano. En mi libro, incluso, confieso que muchas veces confundo sueños con realidad: no es que se me mezcle todo, pero hay ciertas escenas que a veces me cuesta diferenciar. Perá, ¿eso lo soñé, no? Y después tengo épocas en las que sé que sueño pero no me acuerdo de nada. Mi capacidad de recordarlos suele estar relacionada con mis períodos creativos.

En su libro What it is —gran libro del que ya escribiré—, Lynda Barry se hace una pregunta que me persigue: Is a dream autobiography or fiction? (¿Un sueño es autobiográfico o ficción?). Yo creo que es una autobiografía disfrazada de ficción. También creo que los sueños solo se pueden interpretar conociendo en profundidad al soñador. Nunca creí en eso de que si soñás con un loco tenés que jugarle al 22 y cosas así. Tampoco creo en las interpretaciones generales que aparecen en internet: hay que entender la cabeza de quien sueña para darle sentido a ese mundo de imágenes. Por eso, mi psicóloga de sueños es mi mejor amiga, que también resulta ser psicóloga y me conoce hace unos veinticinco años.

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Estas semanas estoy soñando un montón. Demasiado y todo muy real. Casi todas las mañanas escribo alguno, aunque a veces no llego a tiempo y me los olvido o me da fiaca y los dejo pasar. Anoche tuve un sueño tan pero tan real que sentí la necesidad de escribirlo apenas me levanté, mientras desayunaba. Lo comparto abajo. El número que le puse es al azar, no sé cuántos sueños tengo escritos en total, pero creo que debo ir por ese número. Acá tampoco tengo un cuaderno específico para sueños. Sería como traicionar a mi cuaderno Beatle, que está ahí, en mi mesita de luz en Buenos Aires, incompleto y a la espera.

Por eso este disparador viene acompañado de una recomendación: cómprense un cuaderno, guárdenlo en la mesita de luz y úsenlo solo para escribir sueños. Y si se van de viaje, se lo llevan.

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fragmento onírico #264

Estoy caminando por la calle y alguien me dispara dos veces en el pecho, a la altura del corazón. No sangro mucho pero me duele, busco un hospital pero están todos llenos. Me preocupo porque justo estoy sin seguro médico y tengo miedo de morir por no ser atendida a tiempo. Camino horas por la calle, apretándome la remera negra contra el pecho. No sé cuánto tiempo pasa. Actualizo mi estado en Facebook: «No puede ser que no haya un puto hospital en Barcelona. Tengo miedo de morir pronto». Al final llego a un hospital, creo que lo reservé por teléfono y que ya pasó un día. Cuando entro hay una fila larguísima. Lloriqueo un poco diciendo que lo mío es una emergencia, que me dispararon y que necesito un médico urgente. Una mujer me acompaña y me dice que suba por la escalera porque no funciona el ascensor. Es una escalera caracol rarísima, tiene varias salidas, algunas que no llevan a ninguna parte. Al final llego al segundo piso. No sé cómo es que todavía estoy caminando, siento que me baja la presión. El segundo piso es enorme, hay un montón de chicos en mesas largas teniendo clases. «Los médicos son húngaros», me dice la mujer que me acompaña, y me devuelve mi mochila. Acá no sé qué pasa porque me despierto en una cama blanca de hospital con L. durmiendo al lado mío. Tengo un moretón en el pecho y me duele cuando me río, pero estoy bien y sé que voy a sobrevivir. Ya me operaron. Viene el médico a examinarme, le digo a L. que me haga lugar porque está ocupando toda la cama. Me levanto, voy hasta el baño, me asomo y veo un inodoro adentro de un jacuzzi, con una ducha encima. Me doy cuenta de que no llamé a mi mamá para avisarle que estoy bien. Debe haber visto el estado de Facebook y estará desesperada. Mi celular está sin batería así que lo pongo a cargar pero justo aparece mi mamá con una profesora de la facultad. Apagan las luces porque hay un grupo que va a hacer un show de stand-up y después van a pasar un documental. Me voy adelante de todo, donde está L., y me quedo abrazada a él mirando el show.

Me despierto de golpe con dolor el pecho, el mismo que sentía en el sueño.