Carta #3: ni los médicos japoneses encontraban una explicación
Hola Caro,
¿Dónde quedan guardadas las cosas que no encontramos?
Hoy mi mamá me preguntó eso. Se acaba de comprar un teléfono nuevo y todavía no lo maneja del todo, hay cosas que ella sabe que están en alguna parte pero no logra localizarlas. Anoté —otra vez ese gran ano que se mete en mis textos— la frase en mi cuaderno porque me quedó resonando en la cabeza, orbitándome como un satélite. ¿Dónde queda lo que no escribimos? Ayer un escritor que admiro dijo que cuando no escribe se vuelve tóxico. Esa idea de que lo que no sacamos nos termina aplastando, nos sofoca, nos enferma. El pozo de agua que rebalsa, el estanque que se pudre. El exceso de inspiración también puede ser perjudicial para la salud. Nutrirse es bueno, pero en algún punto hay que pasar a la acción, dejar salir todo eso que se fue asentando en nosotros sin que nos diéramos cuenta. Una vez un lector me escribió contándome que tenía muchas ganas de escribir pero que no podía y que se sentía como un bombero con la manguera a punto de estallar. Dejando el doble sentido de lado, a veces me siento así también, con muchas ganas de escribir, con una voz que me va narrando la vida en la cabeza, me tira ideas, hace comparaciones muy precisas y bien pensadas, un locutor profesional de AM que no para de transmitir mientras estoy en la calle, en una reunión o en un evento, pero que se apaga de golpe cuando me siento frente a la computadora dispuesta a bajar todo eso al papel.
Carta #2: tomar decisiones nunca fue lo mío
21 de junio de 2017
Biarritz, Francia.
Caro:
No sé por qué me está costando tanto escribir esta carta, si encima el tema de tomar decisiones lo propuse yo. Empecé a escribirte hace más de un mes en Puerto Viejo, Costa Rica, frente a un ventanal que daba a las calles de tierra del pueblo, mientras esperaba a que mis papás llegaran de visita después de nueve meses sin vernos. Cada cinco minutos me levantaba a mirar por la ventana, aunque sabía que faltaban varias horas para que la combi que los traía llegara. Creo que empecé a escribirte ese día porque inconscientemente sabía que tenía la excusa perfecta: llegaron mis papás, no tengo tiempo de terminar, después la sigo. Pero después fue el transatlántico, dieciséis días sin conexión a internet, dieciséis días ideales para escribir cartas mirando el mar, y tampoco pude. Ese barco me revivió algunas crisis que había estado tapando y la angustia no me dejo escribir casi nada.
Carta #1: la gente cree que soy valiente
13 de marzo de 2017
Obernai, Francia.
Querida Caro,
Me daba miedo empezar a escribir esta carta y la dejé para último momento. Mi cabeza siempre me dice que hay algo más importante o urgente para hacer que sentarme a escribir. Últimamente ya no escribo. O sí, escribo: mando mails, publico posts, hago listas de pendientes, chateo por whatsapp, apunto* cosas sueltas en mi cuaderno, pero no escribo. (*Había escrito “anoto cosas sueltas en mi cuaderno” y lo cambié por “apunto” porque me acordé de una tarde que pasé con la familia de un amigo en Bogotá, creo que era el día del padre o de la madre, y le dije al abuelo de la familia: “anoto tal cosa” como diciendo “tomo nota de lo que me dice” y se empezó a reír y me dijo que eso era un ano muy grande. Desde ese día me da un poco miedo decir anoto en otros países).