Supe de la existencia de las libretas y cuadernos Moleskine por mi papá, que es periodista y me los mostró en una librería en Estados Unidos hace unos doce años. Me contó que la libreta negra era famosa porque era la que usaban grandes periodistas, escritores y artistas como Van Gogh, Picasso, Hemingway y Bruce Chatwin. Me quiso regalar una y le dije que no. Me intimidaban un poco. Un cuaderno caro no te hace escribir más ni mejor, pensaba, es un lujo innecesario: si te gusta escribir, vas a escribir donde sea. Además, me parecían aburridas: colores lisos, tamaños normales, hojas sin nada. Yo estaba en mi período de cuadernos con tapas ilustradas y hojas con dibujos y colores, y una Moleskine me parecía demasiado seria y adulta. Así que durante varios años no me interesó.

Hace dos años, mi mamá me regaló una. No me puedo acordar si se la pedí o si me la trajo porque sí, pero sé que lo primero que pensé fue que había gastado demasiada plata. Las Moleskine, en comparación con otros cuadernos y libretas, son caras: una libreta de bolsillo cuesta unos €12 y un cuaderno unos €16. Mi mamá me había comprado una libreta de tapa negra y hojas lisas, tamaño bolsillo. Le saqué el plástico y la abrí: cuando sentí la suavidad del papel quedé flechada. Ya está, esto es un antes y un después. Soy una persona muy táctil, me gusta que el mundo me entre —y salga— por las manos, y soy capaz de medir personas, cosas y lugares por su textura. Las hojas de la Moleskine tenían un gramaje y una suavidad que no había sentido en otros cuadernos. Al escribir, mi birome fluía de manera muy natural, casi sin esfuerzo. Era como si la libreta me pedía que escribiera más. Así que me enamoré y me la llevé de viaje.

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Terminé de llenarla en Francia y decidí comprarme otra del mismo tamaño. En las librerías de Europa descubrí todas las variaciones y ediciones especiales de la Moleskine que existen: inspiradas en Snoopy, Lego, Disney, los Simpson, Star Wars, El Principito. Hay de varios colores y tamaños, de tapa blanda y dura, con agenda en el interior, de papel liso, rayado, cuadriculado, puntillado, para escribir o para pintar, con temáticas de viajes, cocina, jardinería, vinos. Tantas opciones me paralizaban y a la vez me generaban una ansiedad incontrolable: quería todas. Decidí comprarme una con un dibujo de El Principito, uno de mis libros preferidos.

Unas semanas después, en Barcelona, un argentino me regaló una Moleskine tamaño cuaderno —ya no libreta— y todo cambió. Era de tapa roja y hojas rayadas. Creo que nunca llené un cuaderno tan rápido en mi vida: es cierto que estaba pasando por un estado de desilusión amorosa y necesitaba escribir todo, pero ese papel suave, esos renglones bien espaciados, el color de la tapa, todo me generaba ganas de escribir más. Antes creía que me iba a dar miedo usar un cuaderno caro, que tendría que llenarlo de pensamientos inteligentes para no sentir que lo desperdiciaba. Ahora siento que quiero llenar una Moleskine para poder ir a comprarme otra.

Del cuaderno rayado de tapa dura roja pasé al cuaderno rayado de tapa blanda turquesa. Me gustó que fuese un poco más liviano para viajar, pero después me di cuenta de que la tapa dura me permite tener un apoyo rígido y escribir en cualquier lugar, incluso sin mesa o sentada en la vereda. Del rayado de tapa blanda pasé al liso de tapa dura naranja, y creo que por ahora me quedo ahí. Los cuadernos sin renglones me hacen escribir de otra manera, más libre, con letra más grande, en diagonal, usando las hojas en formato horizontal si quiero. También me inspiran a hacer dibujos. Los de renglones los uso de manera más formal, los lisos son experimentales.

Yo las escribo, pero hay gente que hace cosas espectaculares en estos cuadernos. Miren esta búsqueda en Pinterest, por ejemplo, o esta en Google. Un adelanto:

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Estoy por terminar mi quinta moleskine y ya estoy pensando en cuál será la siguiente.

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Pueden ver todos los modelos y leer la historia de la marca en su web: moleskine.com